En la tónica predominante de este blog tan personal, diré que no soy experto, pero… en estas cuestiones, quizá si aficionado aventajado. A los que le guste la gastronomía, seguro que será un placer leerme con detenimiento.
Ya ir por Haro (La Rioja) es un placer, plus si te gusta el vino. Disfrutar del Barrio de La Estación y de sus bodegas centenarias, además de que te cuenten su historia de vino, su historia de progreso y de evolución en una zona que fue realmente importante en España a finales del s. XIX, es un auténtico lujazo. Turismo de calidad. Todo invita a pasar una jornada espectacular, disfrutando de sus tapas y sus caldos.
Hasta ahí todo merece la pena. Pero además si pones un colofón como su restaurante “estrellado” (1 estrella Michelín) la cosa se pone seria.
Nublo es un placer. Aun así, no todo es perfecto; vamos a empezar por lo malo. Al inicio de la experiencia, intentan buscar un hilo conductor y una historia, que para mí ni es necesaria, ni aporta, porque además realmente no le encontré mucho sentido. Un relato de unicornios, de secretos… no me enteré de nada (de verdad). Olvidemos esos primeros 5-10 minutos.
A partir de ahí, un patio precioso en una casa palacio antigua, una cocina semi-vista que te presentan y que se ve impecable y organizada, presagiando lo que se viene. Las mesas y el estilo están perfectamente armonizados, y una cosa que aprecio en estos lugares es que tuvimos la suficiente intimidad para disfrutar con tranquilidad en pareja sin tener nadie cerca que pueda interrumpir estos momentos tan especiales.
En Nublo todo es fuego y brasa. No hay otro tipo de cocina. Y a partir de ahí todo se sublima desde la sencillez, pero a la vez sofisticación. Además, su experiencia tiene una cosa digna de agradecer en toda esta categoría de sitios: el equilibrio. Y no hablo solo del equilibrio de sus platos, de sus técnicas o de su servicio, impecable, por cierto; sino principalmente hablo del equilibrio en un menú no excesivo en cantidad, lo cual personalmente agradezco. Nublo maneja unos tiempos adecuados para un estómago normal (comimos en aproximadamente dos horas), y en un precio realmente justo para su categoría.
Como en todos los sitios con menús degustación, cada plato son bocados o dos bocados, o en el mejor de los casos tres bocados, pero hay algunos tan absolutamente deliciosos que cuando los pruebas solo piensas en repetir y en lo corto que se te ha hecho ese momento. Todo el menú va en esa línea, pero no sé por qué se me vienen a la cabeza un “sándwich” de rabo de cerdo, una molleja envuelta en hojas secas, y un pre-postre de helado de haba tonka… Digo esos tres, pero igual otro día hubiera dicho otros, porque todos fueron fabulosos. Su “ceremonia del pan” también es algo digno de mención ya que lo integran dentro del menú, casi como un plato más que armoniza y abre la puerta a la segunda parte de la experiencia, más contundente. Lástima que después de comer volvíamos a Madrid y no pudimos maridar el menú con vinos de la zona, que estoy seguro de que hubiera elevado la experiencia. Tomé solo una copa de cava elaborado por Bodegas Bilbainas, que no me entusiasmó especialmente, y luego otra copa de Louis Roederer que ahí no hay misterio en la elección y es un caballo ganador.
Para acabar, otro fallo. No había café por unos problemas técnicos con el agua. Obvio que son cuestiones que pueden pasar, y que no hay que buscar tres pies al gato porque hay cosas que no se pueden controlar, pero igual de cierto es, que después de una comida así, te apetece disfrutar de un buen café con sus petit fours (que también fueron deliciosos).
Como resumen, sitio 100% recomendado. Sitio donde merece la pena desplazarse expresamente a disfrutar del buen vino y del buen hacer, en un restaurante muy bien pensado con un equilibrio destacable, y no solo en su cocina, sino también en otros aspectos que hacen la experiencia más satisfactoria si cabe.
Gracias al equipo de Nublo por un almuerzo y una velada especial. Pasen y vean…